Adriana nos comparte su primer acercamiento como maestra de educación inclusiva y cómo su labor ayudó a su comunidad.
Yo tenía 18 años, empezaba la licenciatura en preescolar… Crecí en Cd. Madera en la sierra noroeste de Chihuahua,. A mis 10 había escuchado que había dos niños encerrados cerca de mi escuela primaria, dos niños hermanos de un compañero, a los que les llamaban “mongolitos” y el juego era ir a buscarlos asomarse por la ventana, y salir corriendo espantados como si fueran mounstruos, que escena tan horrible viene a mi memoria. A mi no me asustaban, me daban pena. Al crecer entendí que eran dos niños como yo, solo que con síndrome de Down apartados del mundo, de la vida… una tremenda injusticia.
Mi encuentro con Rito, un chico con parálisis cerebral, fue muy diferente. Lo conocí a sus 10 años, en su silla de ruedas, en la iglesia del pueblo… a el le gustaba ir hasta adelante y cantar “gritar” a todo pulmón para que todo mundo lo viera, lo escuchara.
Lo que me enamoró de Rito fue su mirada. Sus ojos grandes, negros y pestañudos, denotaban una inteligencia enorme, una presencia conciente del mundo que le rodeaba, una alegría de vivir que le desbordaba. Una inteligencia atrapada en un cuerpo espástico, que no le permitía moverse mas que con su cabeza, y los movimientos de sus ojos. Su mamá era su interprete, el no sufría su condición, no pedía nada, solo pertenecer.
El hijo mayor de una familia de campesinos en mi comunidad, Ese verano me dediqué a intentarle enseñar a leer y escribir, con lo que yo iba aprendiendo de mis maestros de la licenciatura. Me acerqué a un Centro de Atención Multiple en Chihuahua capital, ellos me enseñaron a hacer tableros de comunicación en cartón para Rito, donde avanzamos en la lectura de vocales y consonantes, y cada avance era una fiesta de alegría en sus ojos que salía por su garganta y me inundaba toda!
En Madera había mas niños como Rito, con alguna discapacidad, que nunca habían ido a una escuela. El CAM más cercano estaba a 170 km de ahí. Unas colegas y yo organizamos un censo en las 10 escuelas primarias, mostrando, salón por salón, fotografías de niños con discapacidad, y así encontramos que habiá 54 niños y jóvenes invisibles para la comunidad, en rancherías y en las casas, algunos encerrados, otros salían a pedir limosna, otros solo salían a la iglesia, como Rito, o a dar la vuelta con sus familias. No carecían de amor, pero el amor no basta si no se tiene educación.
Ya que los conocimos, convocamos a sus mamás a acudir con nosotros por las tardes, para organizar “algo” . NO sabíamos por donde empezar, eran niños y jóvenes con discapacidad múltiple, paralisis cerebral, niños sordos, niños con autismo , con síndrome de Down, y con discapacidad intelectual. Entonces se nos ocurrió montar una obra de teatro con ellos, para recaudar fondos que nos permitieran que una especialista fuera a capacitarnos, y también, para que todos esos niños de las primarias que nos habían ayudado a hacer el censo, pudieran reconocerles y verles por primera vez no como niños “enfermos” sino como niños y jóvenes, vecinos, miembros de su comunidad.
Trabajamos intensamente, desde elegir el cuento, el guion, la música, hacer vestuarios, ensayar… superamos varias barreras, a veces llegaba el desánimo y los pensamientos que paralizan: ¿Cómo vamos a lograr que representen estos niños y jóvenes tan diversos? Si los que hablan no memorizan, los que memorizan un dialogo no escuchan y no hablan , los que comprenden y memorizan no pueden moverse, los que se mueven no obedecen porque nunca habían estado escolarizados…
Las respuestas llegaron del trabajo en equipo, de la paciencia de unas y el entusiasmo de otras, mamás y maestras de preescolar y primaria, un equipo complementario. Y el motor de todo esto, la sonrisa en los ojos de Rito y de sus compañeros, sus amigos…tenía por fin un grupo de pertenencia.
Llegó el gran día del evento, el auditorio a reventar, dos funciones, vendidos todos los boletos. Nuestros chicos representaron el cuento “medio pollito” , fue un chico con hemiplejia, Nacho, quien disfrazado de pollo “con una sola ala”, sorteó todos los peligros al atravesar un bosque con árboles, leñadores, y otros animales, para reunirse por fin con su familia. Muchas lagrimas en los padres que por primera vez veían a sus hijos en un escenario, veían a niños y jóvenes capaces, divertidos, trabajando en equipo : mostraron a su comunidad, que no juzgas un libro por la portada, que en la diversidad humana todos nos enriquecemos cuando nos encontramos y bajamos las barreras del miedo, del rechazo a lo desconocido.
Rito me regaló una nueva identidad y hasta el día de hoy, le agradezco y comparto: soy aprendiz de maestra de educación inclusiva.
Me encantó tu historia. Explica tu sensibilidad y éxito que tienes dando y promoviendo una educación inclusiva.